lunes, 9 de agosto de 2010

VICENTE BARBIERI




Hace unos días, al ver un. aromo florecido, pensé: «Florecen los aromos en el mes de Barbieri». Porque el haber vivido en la zona de Coronel Seguí-Villa María hace que uno recuerde frecuentemente la figura del sensible y notable cantor del río Salado, de los sauces, los aromos, los juncos... Así se puede apreciar en estos versos de su famosa «Balada del Río Salado»:
Manos de nardo, cabellera ungidaDe inicial calidad, junco de aroma.
¿Qué haré con estos sauces obstinados .En llorar, como siempre, junto al río?
Y también en su novela «El río distante»: «La sombra blanda del viejo aromo se prodigaba en el patio, triste».
En, el año 1983 yo era docente en la Escuela N° 23 de Coronel Seguí. Este establecimiento no tenía nombre y, por iniciativa de un entrañable amigo del escritor (el entonces Subsecretario de Cultura de la provincia de Buenos Aires, profesor José Clemente), se eligió este colegio para denominarlo como Escuela N° 23 «Vicente Barbieri», cumpliendo así con un viejo anhelo de ese señor. En ocasión del bautismo del colegio conocí a su esposa, Irma Nóbile de Barbieri, con la que entablé una estrecha rela­ción. A partir de allí, todos los 31 de agosto se celebró el nacimiento del escritor.
Recuerdo que la escuela, para ese festejo, se llenaba de ramas de aromo. El. lugar se iluminaba con el dorado de esos pequeños y suaves pompones, a los que siempre les cantó: «un patio con aromos/ y dulces hojas secas». En los actos se recreaban textos, del recordado poeta, como por ejemplo, sus coplas: «Anda y llénate él sombrero
con margaritas del campo,
y perdona la franqueza, nunca tendrás un centavo».
Con estas coplas Irma se emocionaba mucho, pues su esposo las escribió junto a ella, dedicándoselas. Recordaba que estando en Unquillo (Córdoba.) a causa de la cruel enfermedad que lo aquejaba, Barbieri escribió «El río distante» con una vieja máquina de escribir que ella le había regalado.
El poeta nunca quiso volver a visitar «La azotea», pues temía llevar­se una desilusión; no deseaba ver el lugar distinto o en ruinas, prefería conservar la imagen que tenía intacta en su memoria. «Lo más interesante era sin duda la casa, con mirador y techos embaldosados, y gruesas puertas... Los pisos de las habitaciones y de los corredores eran de ladrillos rojos que, baldeados en las siestas, ofrecían un frescor vegetal y sedante.»
Nuestra llanura está llena de «voces» de Barbieri, porque además de cantar a su tierra se interesó por el hombre y su destino, por la vida y la muerte. Voces teñidas de magia y de nostalgia.
Hoy sus restos descansan en Alberti, de acuerdo con sus deseos: «que mi cuerpo repose en Alberti, con la cabeza dando al Salado».
Su nombre perdurará en el tiempo a través de su recuerdo y su obra, porque los verdaderos creadores, aunque se vayan quedan.

Ana Prego






Villa María, el universo perdido y Vicente Barbieri




Vicente Barbieri nació el 31 de agosto de 1903 y falleció en Bs As el 6 de agosto de 1956. Su madre, Blanca Marino, murió como consecuencia de su educación y crianzas, a Da Francisca Clemente, propietaria de una Estanzuela en el entonces Partido de Chacabuco (hoy Alberti), ubicada en el linde de Villa María, población, hacia 1910, en constante crecimiento. Próximas a ella, se encontraban las Estaciones Ferroviarias de Cnel Francisco Seguí y Cnel Mom, pertenencientes al ramal Suipacha-Bayauca del Ferrocarril Oeste, inauguradas ambas en 1907.


Vicente, junto a otros niños, crecerá rodeado de un universo ya desaparecido, sobre el cual señoraba la vieja Posta de Alejandro Scarabino, enclavada sobre el camino que comunicaba Chivilcoy con Lincoln, con su hermosa casona de azotea.


Ese universo singular será recordado y revivido magistralmente por Vicente (ya escritor de renombre) en su obra "El río distante" (relatos de una infancia), cuya primera edición data de 1945.


Libro aclamado por la crítica literaria, constituye además, un testimonio histórico único de la vida que se desarrolla en Villa María, Villa Seguí y Villa Ortíz en los principios del Siglo XX.


Todo esta allí, narrado por la pluma excepcionalmente bella de Barbieri: bajo nombres ficticios, y en otros casos llamándolos por sus denominaciones reales, las cosas, los hombres, las mujeres, aparecen, transportándonos mágicamente a un mundo de galeras y diligencias, gauchos arrieros, horizontes infinitos, corredores cubiertos de glicinas, montes fantásticos, cascos solariegos, personajes incomparables, como Mr. hinds, el irlandés errante, la señorita Leonilda, la maestra de la "mejor escuela del mundo", Doña Visitación Morales, el tío Juan Bautista, "perfecto nostágico de fin de siglo", Meaní, el mayoral de la galera, y tantos otros.


Bordeando, encerrado, el pueblito al que Barbieri llama Villa Elena ( Villa María), estaban (están) las Estancias irlandesas con su fantástico mundo de gentes llegadas allende el mar, desde la legendaria isla de las hadas y los duendes: allí están los Cascos somnolientos entre los montes de eucaliptos y sauces "...desde lejos se divisaba la casa: blanca, agradable, con sus callecitas de álamos que conducía hasta la tranquera del camino real", los ranchos "... vivía en un hermoso rancho siempre bien barrido y adornado con viejos almanaques y huevos de avestruz pintados de diversos colores, en un claro del enorme monte de la Estancia "Las Palmeras", el mas hermoso tapiz de violetas perfumaba la cercanía de su rancho...", los bajos galpones de la esquila, el manto blanco de las majadas, la hora del té y la oración "... poco tardaron Cecilia y José María en hacerse amigos de los niños, y una vez tomaron el té (el histórico té de los británicos, según la abuela) con ellos en una pequeña salita llena de cosas agradables. Todo parecía floreciente en "Las Madreselvas".


Ese Cristo, lo trajeron mis padres de Irlanda -decía Mary, es un milagro.


Con actitud de personas mayores, los niños levantaban la taza del té y escuchaban la conversación".




"Era siempre el caer de la una hora de religiosa concentración, en todas las cosas que entonces componian la casa y el campo. Se encendía en el galpón de los peones el fuego para el mate, y alguna guitarra sonaba allí cerca, mientras los teros escandalizaban allí en la laguna, atentos a las idas y venidas del muchacho, que en el viejo mancarrón de los mandados, arreaba las vacas hacia el jaquel cercano. Todo se apaciguaba y los larguísimos crepúsculos del oeste ponían en todas las cosas su suave colorido de melancolía..."


Las familias irlandesas: Scally, Brown, Gaynor, Casey, Heallion, Kenny, Roonan, Murray, Elliff, Mc Goey, Hearne, Glennon, Connelly, Clavin vivían en los alrededores de Villa y de "La Azotea" (el campo de Da Francisca Clemente), impregnándolo todo con su espíritu particular: no en vano Barbieri les dedica un capítulo en "El Río Distante", a los irlandeses "pioneros del progreso de mis pagos":


"... Mary, con su ancho sombrero de paja, parecido al de Cecilia, y ligeramente caído sobre los cabellos rubios, les sonreía saludándolos con la mano. En medio de sus flores, toda vestida de celeste, levantando la mano en ademán gracioso, José María pensó que así había de verla por mucho tiempo".




Y luego, estaba allí el campo mismo; la llanura infinita-. Es ese campo al que Vicente Barbieri describe con sentimiento incomparable, aquel que únicamente nace de la ausencia del horizonte; Barbieri, ya en Bs As, ha dejado atrás las "abiertas praderas" del Oeste: imposible no recordar, no sentir en la vorágine de la gran urbe, una nostalgia desvastadora, un desconcierto sobrecogedor, una angustia sorpresiva, que corta el aliento: allí, entre las multitudes de gente y sonidos, aparece el arrullo de los eucaliptus mecidos por el viento de agosto, como un destello, apenas entrevisto en el recodo de una atestada calle porteña, la iridiscencia rosada-amarilla del atardecer casi eterno del verano, envuelto en gotas de tierra suspendidas sobre los caminos: Barbieri camina, errante, las calles de la Babel porteña, las diagonales laberínticas de La Plata, acosado, perseguido, marcado por el universo singular de la infancia:


"... ¿Cómo no amar las cosas que se nombran en el viento, junto a la última tranquera de la infancia, en el calor de las viejas revistas ilustradas con una guerra; y los trigales con máquinas segadoras, con sabor a tilo y junto a las parvas?


¿Cómo no decir Dios te salve el río, Dios te salve álamo, torniqueta, poste, almbre, corderos mellizos, vecinos, hornos, visitas, y atardeceres con carruajes?


Dios te salve..."




El, al igual, que Mr Hinds, y los irlandeses de su infancia, deberá emigrar: su isla, su "verde Erin", será aquel mundo perdido de Villa, de las chatas, de la Posta, de la Escuela, el río y el campo:


Ya no volvería a la isla, como tampoco volveria "Mr Hinds":


"... un día cualquiera, había atado a las varas el viejo mancarrón que le servía para movilizarse, había izado la banderita y partido hacia otros lugares..."




Barbieri, dotado de un don excepcional, presenció, en su infancia, sin saberlo, pero tal vez presintiéndolo, el fin de una época y el comienzo de otra: en "El Río Distante", reflejó el mundo anterior a la irrupción del automóvil, surcado apenas por el jadeo de las locomotoras a vapor: un mundo cotidiano, común, pero único. El mismo título de su obra encierra, en sí mismo, ese significado: distante quedó el río, reino de la niñez, con sus piratas y filibusteros, distante las Estancias y los nardos; el pueblito y Don Sebastian Rivero "el hombre de las idas y venidas" : más no sólo distantes en su espacio y tiempo reales sino en el devenir de las cosas: Barbieri narraba una ausencia (profunda y estremecedora, como todas las ausencias) singular: la de un modo de vida, en un espacio desaparecido. Desde la infancia, narra lo irremisiblemente distante, y vuele, como un mágico calidoscopio, a sus ojos de niño (los ojos de José María), deslumbrados y puros, para relatar, como al descuido, bajo alguna umbría galería, la narración fantástica y a la vez real, que nos llega envuelta en el sonido de las campanillas de la galera de Miani, en el olor a las parvas y trigos segados, tras la imagen de Villa María.




Marina Vaccarezza

Septiembre de 2006




Personas y sitios de Villa María y sus alrededores identificados en “El Río Distante”

Villa Elena: Villa María

La Abuela: Doña Francisca Clemente

La Escuela: La Esc Nº 7 de Villa María; que se conserva tal como cuando Barbieri cursó sus estudios primarios

La Azotea”: el campo de Doña Francisca Clemente. Actualmente es propiedad del Sr y Sra Kubler. Dentro de la casa, se conserva un sector de la casa original, de anchos muros de 45 cm de espesor.

“el inmenso puente de hierro sobre el Río Salado”: el puente del ferrocarril al Oeste, sobre el Río Salado, entre la Estación de Cnel Seguí y la de Warnes (Partido de Bragado)
Cecilia: con tal nombre llama Barbieri a su prima, tal vez pueda ser este personaje, Delia Salazar, con quien compartió su infancia.

“la señorita Leonilda”: Leonilda Vallerga, maestra de la Esc Nº 7

“Confitería Vallerga”: el almacén de ramos generales de Vallerga y Ferro, cito en Villa María, inaugurado el 08/09/1905 como “La Fundadora”, de Viñas Hnos.

Doña Visitación Morales: si bien no hemos encontrado referencias a esta anciana, el lugar descripto, así como las características del personaje, se asemejan a las referencias que encontramos sobre Don Fortunato Riccardi, el famoso curandero, quien vivía hacia un extremo del campo de Ortiz.

“el campo de la Azotea había sido comprado a una sucesión de Máximo Terrero”: exactamente, el campo que es actualmente propiedad del Sr Kubler se encontraba dentro de las 27.000 ha. Que poseía Don Juan Nepomuceno Terrero, padre de Máximo; quien fallece hacia 1866.
Alrededor de dicha fecha comienza la sucesión, a la que sigue la posterior venta, en parcelas muchos menores, dando origen a las Estancias que hoy subsisten: entre otros compradores figuran Scarabino, Casey, Kenny, Elliff, Viñas, etc.

Carlos Ortiz (1870-1910): afamado poeta chivilcoyano, autor de la “Oda a las mieses”, dirigente político nacional de renombre, quien, tal como describe Vicente Barbieri, fuera asesinado en el transcurso de un banquete en Chivilcoy. Su muerte generó toda clase de conflictos, ya que sectores opuestos del partido político al que Ortiz pertenecerá se culpaban mutuamente, remarcando una división ya preexistente.
Testimonios orales recogidos hace ya 20 años respecto a ese hecho daban cuenta que el disparo no era para el, sino para el señor sentado a su lado: pero no ha podido comprobarse.

Mr Hinds: así llamaba Barbieri al irlandés que vive en una casilla, en el campo de Clemente, quien canta baladas irlandesas y recuerda el mar. Errante y misterioso, Mr. Hinds levantará un día su casilla para ya no volver. Si existió realmente, bajo ese nombre, no ha podido comprobarse, pero si hemos recogido testimonios en la zona que relatan situaciones similares a las de “Mr. Hinds”: de hecho, se asemeja notablemente a la descripción de un viejo peón irlandés que vivía en una casilla, solo, cantando y hablando en alta voz, realizando algún trabajo liviano en el jardín, en la estancia de Don Eduardo Casey, a quien todos conocían por el “Viejo Balta” (Baltazar). Dado que la Estancia de Casey se hallaba en las inmediaciones de Villa, es altamente probable que este fuera el personaje que Barbieri recrea.

“la poveda Bianca”: la piccola Blanca, la madre de Barbieri, fallecida el 12 de septiembre de 1903

“Almacén, Despacho de Bebidas e Implementos Agrícolas de Don Antonio García”: Almacén de Banfie, que funcionaba como estafeta postal, ubicado sobre el antiguo camino Chivilcoy-Lincoln, hoy camino a Cnel Seguí “… recogíamos generalmente dos cartas y una tarjeta postal”

La casa de los Marini: la Posta de Scarabino. Barbieri llama a las tres hermanas Lucía, Filomena y trinidad Scarabino: Clementina, Enriqueta y Mariquita.

“hasta el embarcadero del ferrocarril”: se refiere el embarcadero de la Estación Ferroviaria de Cnel Seguí, distante una legua de Villa María.

“la marca de Yzaguirre”: antiguos propietarios de la zona, parte de la Estancia de Yzaguirre subsiste, con su magnífico casco mirando hacia “Las Palmeras” de Ortiz, sobre el camino real que conduce al paraje “La Piedra”, en Villa Ortiz, Estación Cnel Mom.

“la Cañada de los Peludos”: cañada que cruza el camino hacia Chacabuco, tal como lo describe Barbieri.
Joaquín, el vigilante del destacamento de Villa Elena: hacia 1925, efectivamente existía destacamento policial de Villa María. Uno de los vigilantes mas nombrados fue Martín Soto, casado con Josefina Cler, una de las cuatro hermanas Cler, criadas por la familia de Don Jacinto Cotorel.

“las tejas rojas de la Casa de Don Acevedo, hacendado y hombre de política”: Leonel Acevedo Díaz estaba casado con una nieta de D. Edmund Cranwell (Tiperarry 1805 – Bs As 1861) antiguo propietario de la zona, Clotilde Martina Cranwell (n. 1896), quien era la dueña de una parcela correspondiente al campo de su abuelo, inmediato a Villa María.

“la inundación le arruinó el campito”: en referencia a la inundación de 1914.

“Don Patricio Kenny, el de la Estancia “Los Algarrobos”: en referencia a Don Lorenzo Kenny, pionero irlandés, quien adquiera, hacia 1879 los campos que darán origen a su afamada Estancia “Los Martillos”, de la cual subsiste su caso mas que centenario, hoy propiedad de sus biznietos. La Estancia de Don Lorenzo Kenny fue un centro ovejero de gran importancia, y él mismo, Don Lorenzo, un hombre de influencia dentro de la comunidad irlandesa: de allí que sea él quien lleve la bandera el día en que se festejó en Villa María el fin de la “Gran Guerra”.

“Miani, el mayoral de la galera que hacía viajes a Chivilcoy”: efectivamente era Luis Meani propietario de la afamada galera, con parada en la Posta de Don Alejandro Scarabino, desde Chivilcoy, Paso de la Patria 654.

“Llegarían a la estación cercana, en el pueblito de Cnel Wight, distante una legua escasa de Villa Elena”: en referencia a Coronel Seguí.
Zulma: es la amiga de la infancia junto a Norberto, entre los compañeros de Villa María se encontraban Zulema Gallardo y Juan Funes (tal vez hermano de Liria Funes, la niña muerta en “Río Distante”, Agustín y María Masferrer y Delia Salazar. Lamentablemente no hemos podido hallar los registros de alumnos de la Esc Nº 7 del período 1910-1915.

Mauricio, el compañero de Escuela y Alicia, su hermana: fueron, en realidad Agustín Masferrer (nacido el 30 de agosto de 1903, un día antes que Vicente Barbieri) y su hermana María Masferrer.
Ambos concurrieron a la Escuela con Vicente: una hija de Agustín, Martha Masferrer de Carrettoni, recuerda como su padre y su tía hablaban de este episodio ocurrido en su niñez, tal como Barbieri lo relata en “El Río Distante”.
La familia Masferrer se encontraba entre los primeros pobladores de Villa María.







NOTA SOBRE VICENTE BARBIERI EN EL DIARIO "LA ACTUALIDAD" del 22 de abril de 1943


Un hijo de Alberti, al que en sus principios LA ACTUALIDAD calificara como un valor literario llamado a alcanzar los mas grandes destinos, acaba de obtener el segundo premio literario del año 1942, discernido por la municipalidad de la capital de la republica. Nos referimos al señor Vicente D. Barbieri, quién además del libro premiado: "La columna y el viento", ya tiene publicado "fábula del corazón" en 1939 ,"Arbol total" en 1940 y "Corazon del oeste" en 1941 siendo todos ellos unanimamente bien recibidos por la critica.

El señor Barbieri, que hace algunos años actuara en el periodismo local, se encuentra actualmente entretejiendo armonias en la ciudad de cordoba.

Nuestras felicitaciones y augurios de nuevos éxitos.


CALLEJITA DE MI PUEBLO

Callejita de mi barrio,
senda de luz en mi alma:
¡te recorren mis recuerdos,
sonámbulos de nostalgias!

Callejita de mi pueblo,
llena de luz y recuerdos;
callejita donde un día
oí cantar al ensueño...

Estás tendida en mi mente,
como un sendero de gloria
pavimentado en ensueños,
callejita evocadora...

Sendero por  donde un día
me fui en pos de un ángel bueno,
y, con la noche en los ojos,
volví siguiendo un espectro...

Callejita de mi pueblo,
que ya no pisan mis plantas:
¿hay todavía, en tus piedras,
sombras de flores y de almas?
Y en tus noches silenciosas
¿Besa, como antes, la luna,
aquel jardín, donde mi alma
sembró sus flores de angustia?

¡Cómo quisiera, calleja,
volver, como mis recuerdos,
hasta tu reja en que, un día
dejé apostado un ensueño!

Callejita de mi barrio,
senda de luz en mi alma:
¡te recorren mis recuerdos
Sonámbulos de nostalgias!

VICENTE BARBIERI
Seguí, XII, 1929








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